Nunca quise contar lo que me sucedió aquella vez, pero les confieso que ya no aguanto más. Me importa muy poco si piensan que estoy loco o que soy un mentiroso. Dios fue testigo y eso me tranquiliza. Él no me juzga.
Esa tarde volví de trabajar a las seis. Puse la pava en el fuego y me senté a escuchar la radio, como siempre; mate amargo y la Oral Deportiva, así eran mis momentos de relax. Bernardo, mi gato colorado, se acercó y me refregó la cabeza por la pierna. Lo acaricié mirándolo a los ojos. Y un miedo incontenible se apoderó de mí.
Los ojos de Bernardo parecían dos punteros laser. Rojos y punzantes. "¿Qué te pasó?" le pregunté, sin esperar respuestas. "Estás muerto" me dijo, y se fue. Sí, el gato me había hablado. En castellano y bien entendible.
Me acerqué a la pieza, con una confusión muy grande. Y ahí se encontraba él, agazapado en la cama, maullando de una manera muy particular. Entre maullido y maullido, me repetía que estaba muerto.
Intenté tocarlo, pero el gato no me lo permitió. De la cama saltó a la mesa de la luz, y de la mesa de luz al televisor. "Estás muerto, miau. Estás muerto, miau. Estás muerto, miau".
Me metí en el baño y cerré con llave. "¿Estará poseído?", me pregunté. La realidad marcaba que Bernardo me repetía una y otra vez la misma frase. ¿Qué debía hacer? ¿Mantener un diálogo con él? Sí, esa era la mejor de las opciones.
Abrí la puerta del baño y caminé lento hacia a la pieza, transpirando a chorros y con las manos temblorosas. Ahora Bernardo dormía en su almohadón. Lo acaricié despacio y comenzó a ronronear. Era un ronroneo fuerte; me recordó a un motor V8 encendido y acelerando. Continué acariciándolo hasta que abrió los ojos. "Estás muerto, te dije" gritó.
Dejé la radio encendida, la puerta sin llave y la yerba en el mate. Me fui corriendo hasta llegar a la comisaría: "Mi gato me dice que estoy muerto" le confirmé al Oficial. Su risa sigue siendo mi mayor tortura. No quise volver a casa. No pude. Viví con mis padres hasta que ellos se convirtieron en escorpiones, tiempo después. No sé cómo, pero de ahí fui a parar al hospital. Y del hospital a esta habitación acolchada. Sigan sin creerme. Quizá los muertos sean ustedes.